El papa Francisco, el que se convirtió en leyenda: secretos, reformas y controversias del pontífice más atípico del siglo XXI

A los 88 años ha muerto Francisco, el primer papa latinoamericano y el último gran reformador del Vaticano. Esta es la historia que nunca te contaron.
Lo que no sabías del papa que rompió todas las reglas Lo que no sabías del papa que rompió todas las reglas
Lo que no sabías del papa que rompió todas las reglas. Foto: Wikimedia/AP/Christian Pérez

La vida de Jorge Mario Bergoglio no comenzó rodeada de vitrales ni incienso. Su historia arranca en una Buenos Aires agitada y obrera, donde el hijo mayor de una familia italiana aprendió desde niño el valor de la sencillez. Nació en 1936, en un país que aún era refugio de miles de migrantes europeos. Su abuela paterna, ferviente creyente, sembró en él una espiritualidad temprana, pero no una religiosidad aparente, sino algo más profundo: el compromiso con los olvidados.

La figura de Bergoglio ya rompía moldes desde su juventud. A diferencia de tantos otros prelados, su camino no fue el del niño monaguillo que entra de lleno en el seminario. Primero estudió para ser técnico químico, trabajó, enfermó gravemente y sólo entonces —tras una dura experiencia con una infección pulmonar que le dejó secuelas permanentes— decidió entregarse al sacerdocio. Esa decisión no fue un escape espiritual, sino un paso reflexivo, consciente, que lo alejó de la comodidad y lo aproximó al dolor del mundo real.

A los 21 años entró a la Compañía de Jesús, la orden de los jesuitas, famosa por su disciplina, su austeridad y su formación intelectual. Fue allí donde forjó su pensamiento. No se formó en Roma ni en París, sino entre Santiago de Chile, Córdoba y San Miguel, donde fue profesor, rector y provincial. Pero su figura comenzó a sobresalir no por lo que decía, sino por cómo vivía. Dormía en un cuarto austero, cocinaba su comida, escuchaba más de lo que hablaba. Y lo que hablaba, calaba.

La dictadura argentina y el silencio que lo persiguió siempre

Cuando en 1976 los militares tomaron el poder en Argentina, el país se sumió en uno de los capítulos más oscuros de su historia: la llamada “Guerra Sucia”, que dejó miles de desaparecidos. En ese contexto, Bergoglio era ya una figura relevante dentro de la Iglesia argentina. Su papel durante esa época ha sido motivo de debate durante décadas. Algunos le atribuyen haber salvado vidas en secreto; otros le reprochan no haber alzado la voz con suficiente firmeza.

Lo cierto es que su comportamiento durante aquellos años fue más complejo de lo que se suele reducir en titulares. Era, en esencia, un jesuita cauteloso, convencido de que la discreción podía salvar más que la denuncia frontal. Nunca simpatizó con la dictadura, pero evitó el protagonismo. La controversia sobre dos sacerdotes jesuitas secuestrados bajo su jurisdicción lo acompañó durante años, aunque posteriormente fueron encontrados con vida. Fue una sombra que nunca desapareció del todo, pero que no impidió que siguiera ascendiendo en la jerarquía eclesiástica.

Un cardenal distinto: la opción por los pobres

En 1998 fue nombrado arzobispo de Buenos Aires. Para entonces, ya tenía la reputación de un hombre esquivo a los focos. Mientras otros obispos buscaban protagonismo político o eclesial, él se perdía entre parroquias humildes y barrios periféricos. Fue durante la gran crisis económica argentina de 2001 cuando su perfil cobró una nueva dimensión. Mientras el país ardía, con cacerolazos, saqueos y hambre, Bergoglio recorría comedores comunitarios y villas de emergencia, tratando de sostener una red de ayuda que la política no daba.

No se alineaba ni con el progresismo eclesial ni con el conservadurismo de línea dura. Era una figura inclasificable, incómoda. Defendía la ortodoxia en cuestiones de doctrina, pero al mismo tiempo denunciaba la exclusión social con un lenguaje que muchos consideraban casi subversivo. Cuando fue elevado al cardenalato en 2001, pidió a sus fieles que no viajaran a Roma para celebrarlo y que, en su lugar, dieran ese dinero a los pobres. Su gesto pasó desapercibido para el gran público, pero no para quienes lo conocían de cerca.

La renuncia de Benedicto XVI y el giro inesperado

En 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, su nombre sonó fuerte en el cónclave. Según diversas fuentes, fue el segundo más votado. Sin embargo, no quiso ser papa. En 2013, tras la histórica renuncia de Benedicto XVI, el escenario cambió. Los cardenales buscaban un hombre que rompiera con el poder centralizado, con las intrigas de la Curia, con los escándalos financieros y sexuales que habían minado la autoridad moral de la Iglesia. Y eligieron a un desconocido para la mayoría del planeta, pero muy conocido en América Latina: Bergoglio.

Cuando apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro, pidió primero una bendición del pueblo para él. Y eligió un nombre que nadie había elegido: Francisco. Fue un gesto tan sencillo como potente. Era la señal de que su pontificado no sería uno más. Y no lo fue.

El papa de los gestos que desató una tormenta interna

Desde el primer día, Francisco marcó un estilo distinto. Renunció a los apartamentos pontificios, se instaló en una residencia común y comía con empleados del Vaticano. No aceptó el coche blindado y prefirió vehículos sencillos. No se trataba solo de una imagen: era una forma de decir que el papa no debía vivir como un monarca sino como un servidor.

Sus decisiones empezaron a incomodar desde el principio. Nombró a cardenales africanos, asiáticos y latinoamericanos, quitando protagonismo a los europeos. Inició una profunda reforma de la Curia y del Banco Vaticano. Permitió mayor participación de las mujeres en estructuras de poder, aunque sin tocar el tema de la ordenación femenina. Impulsó un nuevo sínodo global donde los laicos, incluso mujeres, podían votar por primera vez.

Pero fueron sus posturas sobre moral sexual y familiar las que más polémica causaron. Francisco no cambió la doctrina, pero sí el tono. Habló de acoger a los homosexuales, de acompañar a los divorciados, de comprender a las mujeres que abortaron. Para los sectores más tradicionales, fue demasiado. Para muchos progresistas, no fue suficiente. Su pontificado navegó siempre entre dos aguas, intentando un equilibrio casi imposible.

Las batallas más difíciles: abusos, resistencias y decepciones

Uno de los puntos más espinosos de su pontificado fue la lucha contra los abusos sexuales dentro de la Iglesia. Francisco intentó ir más allá que sus antecesores: eliminó el secreto pontificio, convocó cumbres globales, creó mecanismos de denuncia y vigilancia. Pero también cometió errores. En algunos casos defendió a obispos acusados hasta que la presión lo obligó a rectificar. Su política de “tolerancia cero” quedó, a veces, eclipsada por decisiones ambiguas.

También enfrentó una creciente oposición interna. Cardenales ultraconservadores lo desafiaron abiertamente. En 2018, un exnuncio acusó al papa de encubrir casos de abuso. Aunque la acusación fue desmentida, el daño estaba hecho. En Estados Unidos, un sector del episcopado le hizo la guerra silenciosa. En Europa, muchos lo veían como un papa populista. En América Latina, algunos criticaban que sus reformas eran solo gestos sin cambios estructurales.

Un papa político: el planeta, los migrantes y la fraternidad

Pese a todo, Francisco se convirtió en una figura global. Defendió el medioambiente con la encíclica Laudato si’, que influenció incluso las cumbres climáticas. En Fratelli tutti propuso una nueva forma de convivencia humana basada en la fraternidad universal. Visitó países musulmanes, pidió perdón a los pueblos indígenas de Canadá y condenó las guerras sin ambigüedad. En su último gran gesto, bendijo —bajo condiciones— a parejas del mismo sexo, provocando un terremoto eclesial.

Hasta el último momento, convaleciente y visiblemente debilitado, siguió marcando agenda. En enero de 2025 recibió la Medalla de la Libertad por parte de Estados Unidos y publicó su autobiografía, Hope. Un mes después fue hospitalizado por una infección pulmonar severa. Hoy, 21 de abril, el Vaticano confirmó su fallecimiento a los 88 años.

Un legado que reescribe la historia

Francisco no será recordado como un gran teólogo, ni como un papa de reformas dogmáticas. Su legado es otro: reubicó a la Iglesia en el mapa del mundo contemporáneo, desafió la inercia de siglos, dio voz a los que no tenían voz. No resolvió todos los problemas —ni pretendió hacerlo—, pero sí puso el dedo en la llaga.

Hoy comienza el luto oficial, el funeral y el camino hacia un nuevo cónclave. Pero también comienza el análisis de una figura que, guste o no, cambió el rostro del papado. Francisco fue el papa de los gestos, de las tensiones, de las aperturas graduales y de las resistencias internas. El papa que vino del fin del mundo… y dejó huella.